Fernando Simón ha roto su silencio sobre la gestión de la pandemia en una entrevista con Jordi Évole, pero lo que ha contado deja más dudas que respuestas. Durante la conversación, el que fuera la cara visible del Gobierno en la crisis sanitaria admitió que fue testigo de “mentiras flagrantes”, decisiones cuestionables y acuerdos que luego no se cumplían. Aun así, nunca levantó la voz ni denunció lo que, según sus propias palabras, era “barro sucio”.
Resulta llamativo que ahora se lamente de estas prácticas, pero en su momento siguiera la corriente sin cuestionarlas públicamente. ¿Por qué no habló cuando podía haber hecho la diferencia? ¿Por qué participó en la estrategia si sabía que no era del todo limpia? En lugar de asumir su papel en estos hechos, Simón se limitó a describir lo mal que lo pasó, sin aclarar su grado de responsabilidad ni por qué prefirió callar.
Su relato no deja de ser una confesión a medias: reconoce que las cosas no se hicieron bien, pero no asume ninguna culpa ni señala a los responsables. Parece que su intención es lavar su imagen, pero sin ensuciar la de quienes tomaron las decisiones. En definitiva, mucho lamento y poca autocrítica.