La gran cooptación de los medios: quién financia la narrativa global

Durante décadas, se nos ha enseñado que una prensa libre es la garantía fundamental de las democracias modernas. La idea de que los medios de comunicación actúan como un “cuarto poder”, vigilando a los gobiernos y defendiendo la verdad frente a intereses corporativos o estatales, forma parte del imaginario liberal occidental. Sin embargo, esta visión idealizada se ha ido resquebrajando. Una parte significativa de los medios más influyentes del planeta —The Guardian, BBC, Le Monde, El País, NPR, Der Spiegel, entre muchos otros— recibe financiación directa y condicionada de fundaciones privadas con agendas ideológicas muy definidas. Lo que se presenta como filantropía es, en realidad, un mecanismo de cooptación narrativa, una sofisticada forma de ingeniería cultural donde el dinero determina el marco de lo informable, lo opinable y lo moralmente legítimo.

Una de las piezas centrales de este sistema es la Fundación Bill & Melinda Gates. Según datos públicos obtenidos a través del portal de subvenciones de la propia fundación, solo entre 2010 y 2022 ha destinado más de 300 millones de dólares a financiar directamente a medios de comunicación, incluyendo importantes subvenciones a The Guardian, BBC, NPR, Al Jazeera, Financial Times, El País, Le Monde, El Tiempo, y South China Morning Post, entre otros. Estas donaciones no consisten en apoyo genérico a la libertad de prensa, sino que van dirigidas a financiar contenidos específicos. Las áreas más recurrentes son vacunación, salud global, cambio climático, agricultura sostenible, tecnologías aplicadas al desarrollo y empoderamiento de mujeres en el sur global. En la práctica, esto significa que las redacciones moldean su cobertura para ajustarse a esas prioridades, lo que explica por qué los artículos críticos sobre las vacunas experimentales durante la pandemia fueron sistemáticamente marginalizados o directamente censurados.

En el caso de The Guardian, la relación con Gates es especialmente llamativa. Desde hace más de una década, el diario británico mantiene una sección entera, titulada “Global Development”, financiada directamente por la fundación. Esta sección produce contenidos que rara vez cuestionan las iniciativas multilaterales impulsadas por organizaciones asociadas a Gates, como GAVI, la OMS o CEPI, ni problematizan las alianzas público-privadas en materia de salud. Muy al contrario, presentan estas políticas como incuestionables avances científicos y filantrópicos. El medio asegura que mantiene su independencia editorial, pero es difícil creer que un flujo constante de subvenciones millonarias no tenga un efecto de alineación narrativa. Esta dinámica se reproduce en otros medios, donde la financiación orientada condiciona no solo lo que se publica, sino lo que no se publica.

La BBC, medio público británico, también ha recibido múltiples subvenciones de Gates, entre ellas una por valor de 3,67 millones de dólares destinada a apoyar la producción de contenidos sobre salud en África. Lo mismo sucede con NPR, la radio pública estadounidense, o Le Monde, que ha colaborado con la fundación en reportajes sobre nutrición y agricultura. Todos estos contenidos presentan un patrón común: promoción acrítica de soluciones tecnológicas, fomento del consenso científico institucional, y ausencia total de voces disidentes o expertos críticos. No es que haya censura explícita; lo que hay es autocensura inducida por dependencia estructural. Las redacciones aprenden a no salirse del marco que asegura la continuidad del financiamiento.

Desde 2014 El País mantiene el portal Planeta Futuro, dedicado a desarrollo sostenible, que la propia cabecera reconoce fue lanzado “en colaboración con la Fundación Bill & Melinda Gates”. Este proyecto, sostenido con recursos directos de la fundación, ha impulsado centenares de reportajes, fotos y crónicas alineadas con la agenda de salud y desarrollo global, sin albergar una línea crítica sobre las alianzas público‑privadas o los conflictos de interés en ese espacio.

El caso de la Open Society Foundations, dirigida por George Soros, representa otro vector de influencia. Su enfoque no se centra tanto en contenidos específicos como en modelar el ecosistema mediático desde su base. Financia escuelas de periodismo, medios digitales emergentes, proyectos de verificación, laboratorios de innovación cívica y campañas de formación para comunicadores jóvenes. El objetivo declarado es fomentar un “periodismo comprometido con la democracia, la diversidad y los derechos humanos”. Pero en la práctica, este modelo excluye sistemáticamente cualquier cuestionamiento al marco liberal-globalista dominante. Medios como eldiario.es, por ejemplo, han recibido financiación directa o indirecta de estructuras vinculadas a Soros, adoptando una línea editorial completamente alineada con los valores que su red promueve: defensa de las ONG internacionales, promoción de políticas migratorias sin restricciones, legitimación del intervencionismo en nombre de los derechos humanos, apoyo acrítico a la Unión Europea, y descalificación automática de toda postura crítica mediante etiquetas como “extrema derecha”, “negacionismo” o “discurso de odio”.

La Open Society Foundations abrió en 2013 una sede en Barcelona, desde donde gestiona subvenciones para iniciativas vinculadas a derechos civiles, salud pública, libertades digitales y transparencia. En 2017, destinó aproximadamente 1,6 millones de dólares a 35 beneficiarios españoles, incluyendo iniciativas como la Fundación CIVIO (transparencia), Eticas (tecnología y derechos humanos), y grupos romaníes, lo que confirma su papel como financiador directo del tejido mediático y cívico nacional

A esta estructura se suma la Fundación Rockefeller, que desde mediados del siglo XX ha financiado la creación de marcos narrativos sobre salud pública, planificación familiar, alimentación, energía y urbanismo. Durante la crisis del COVID-19, esta fundación apoyó iniciativas relacionadas con el uso de certificados sanitarios digitales, apps de rastreo y estrategias globales de vacunación. A menudo, estas iniciativas aparecen reforzadas por artículos periodísticos en medios convencionales, con un lenguaje que legitima la urgencia y la necesidad de aplicar las medidas propuestas, mientras se invisibiliza cualquier debate ético, social o jurídico.

Un ejemplo particularmente ilustrativo del nuevo modelo de cooptación editorial disfrazada de divulgación científica es el caso de The Conversation España. Esta plataforma, presentada como un proyecto de “periodismo académico independiente”, ofrece artículos firmados por docentes e investigadores universitarios y difundidos masivamente a través de medios nacionales como El País, La Vanguardia, ABC, eldiario.es, El Español o El Confidencial. Aunque se autodefine como “sin ánimo de lucro”, su financiación revela una red de alianzas institucionales y privadas alineadas con agendas político-científicas muy concretas.

The Conversation surgió en Australia y se expandió rápidamente con sedes en Reino Unido, Francia, Canadá, EE. UU. y España. Su edición española fue lanzada en 2018 con el apoyo de universidades públicas y privadas, pero también de grandes actores del sector tecnológico y farmacéutico, como la Fundación Lilly (ligada a la industria farmacéutica), la Fundación Telefónica, el Instituto de Salud Carlos III y, según datos disponibles en la edición global, con aportaciones puntuales de la Fundación Bill & Melinda Gates.

Durante la pandemia, The Conversation España desempeñó un papel central en la construcción del discurso oficial sobre el COVID-19, la vacunación masiva, las restricciones sanitarias y la defensa de la OMS. Los artículos, escritos por profesores universitarios seleccionados, eran presentados como “respuestas científicas” frente a la “desinformación”, lo que convirtió a la plataforma en un altavoz académico institucionalizado, incapaz de albergar posturas críticas sobre la gestión de la crisis sanitaria.

Bajo el formato de “divulgación”, The Conversation ha promovido contenidos que, en muchos casos, reproducen sin cuestionamiento alguno las posiciones de organismos internacionales y de la industria farmacéutica. La revisión editorial, realizada por periodistas profesionales vinculados al proyecto, filtra activamente los artículos para asegurar su adecuación a la “rigurosidad científica”, lo que en la práctica ha supuesto excluir enfoques heterodoxos o voces disidentes dentro de la propia comunidad académica.

Todo esto configura un nuevo paradigma informativo, donde la prensa ya no depende de los lectores ni de la publicidad comercial, sino de fundaciones privadas con poder financiero descomunal y objetivos estratégicos definidos. Estas fundaciones no necesitan controlar directamente a los medios. Basta con generar incentivos: subvenciones para coberturas específicas, premios a periodistas alineados, financiación de eventos, patrocinios de formación profesional, etc. El resultado es un ecosistema mediático dócil, donde la pluralidad se sustituye por una diversidad superficial que enmascara un consenso profundo. Se puede debatir sobre cuestiones anecdóticas, pero no sobre los marcos generales impuestos por la agenda filantrópica.

Esta situación tiene consecuencias graves para la democracia. Cuando el ciudadano medio consume información sin saber que está leyendo contenidos financiados por los mismos actores que promueven ciertas políticas globales, pierde la capacidad de juicio crítico. Lo que aparenta ser información es, en realidad, publicidad ideológica disfrazada. Y lo que parece pluralismo, es un simulacro cuidadosamente administrado desde oficinas de comunicación filantrópica.

Frente a este escenario, es necesario reivindicar un periodismo verdaderamente libre, financiado por los ciudadanos, no por élites con intereses particulares. Es necesario exigir transparencia total en las fuentes de financiación de los medios, incluyendo las fundaciones. Y es urgente recuperar el valor del disenso como parte esencial de la vida democrática. La verdad no puede comprarse a través de subvenciones. Ni puede defenderse desde plataformas informativas que han renunciado, por miedo o por dinero, a cuestionar el relato impuesto desde arriba.