Genocidio en Alemania (fin de la 2ª Guerra Mundial)

Genocidio en Alemania (fin de la 2ª Guerra Mundial)

El 19 de mayo de 1940, Churchill le comunicó a Roosevelt que la opinión de los peritos estaba dividida en cuanto a que los bombardeos contra la población civil (“estratégicos”) produjeran por sí solos el colapso de Alemania, pero que “convendría hacer tal experimento”. Ese año, la  aviación inglesa arrojó 5.000 toneladas de bombas sobre poblaciones civiles alemanas. En 1943 lanzó 180.000 toneladas de bombas. Roosevelt secundó el terrorismo con mayores fuerzas. El 4 de julio de 1943, la aviación aliada concentró sobre Colonia uno de sus más poderosos ataques terroristas.

Del 24 de de julio al 3 de agosto de 1943 hubo cuatro bombardeos nocturnos y tres diurnos contra Hamburgo. Se arrojaron 80.000 bombas explosivas, 80.000 incendiarias y 3.000 latas de fósforo para avivar los incendios, cuyo resplandor era visible a 200 kilómetros de distancia. 250.000 viviendas fueron arrasadas, Hamburgo quedó arrasada, y un millón de personas se quedaron sin hogar.

Barrios residenciales enteros desaparecieron de la noche a la mañana; los hospitales se atestaban de heridos; los servicios de alumbrado y aguas se interrumpían y la ciudad quedó transitoriamente muerta. La carga de explosivos en esos ataques fue equivalente al poder destructivo de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Esto fue repitiéndose, en mayor o menor escala, con otras muchas ciudades alemanas. El “experimento” de Churchill y Roosevelt, para ver si mediante esas matanzas de civiles se desplomaba Alemania, se mantuvo en su apogeo durante todo 1943, pero la moral del pueblo resistió la terrible prueba.

Tras la ocupación soviética, se estima que el número de mujeres alemanas violadas (incluyendo a niñas, ancianas, monjas y discapacitadas) alcanzó los 2 millones. En decenas de miles de casos, se trató de violaciones seguidas de muerte, por asesinato. Estas aberraciones cometidas contra las mujeres alemanas fueron tan perversas, humillantes y brutales, que muchas de ellas intentaron matar a sus propias hijas para evitarles el mal trance. Asimismo, gran parte de las víctimas intentaron cortarse las venas.

 

El 19 de mayo de 1940, Churchill le comunicó a Roosevelt que la opinión de los peritos estaba dividida en cuanto a que los bombardeos contra la población civil (“estratégicos”) produjeran por sí solos el colapso de Alemania, pero que “convendría hacer tal experimento”. Ese año, la  aviación inglesa arrojó 5.000 toneladas de bombas sobre poblaciones civiles alemanas. En 1943 lanzó 180.000 toneladas de bombas. Roosevelt secundó el terrorismo con mayores fuerzas. El 4 de julio de 1943, la aviación aliada concentró sobre Colonia uno de sus más poderosos ataques terroristas.

Del 24 de de julio al 3 de agosto de 1943 hubo cuatro bombardeos nocturnos y tres diurnos contra Hamburgo. Se arrojaron 80.000 bombas explosivas, 80.000 incendiarias y 3.000 latas de fósforo para avivar los incendios, cuyo resplandor era visible a 200 kilómetros de distancia. 250.000 viviendas fueron arrasadas, Hamburgo quedó arrasada, y un millón de personas se quedaron sin hogar.

El primero de esos 9 bombardeos contra Hamburgo fue la noche del 24 al 25. Churchill mandó que todos los efectivos de la R.A.F. fueran concentrados para ese ataque, en el que se inauguró el procedimiento de arrojar tiras de papel metálico, a fin de confundir y desorientar al radar alemán, como así fue. A la mañana siguiente, y mientras la insomne población de Hamburgo luchaba frenéticamente para dominar los incendios, la aviación de Roosevelt hizo llover otra catarata de bombas. Ataques semejantes, de 700 a 1.000 aviones, se repitieron de día o de noche el 27, el 28 y el 30 de julio, y por último, la noche del 2 al 3 de agosto. Era tal la cantidad de humo de los incendios que miles de personas se salían de los refugios antiaéreos en busca de aire, pero afuera el humo era igualmente denso. Muchas mujeres trataban inútilmente de salvar a sus hijos levantándoles en brazos y corriendo en busca de atmósfera respirable. Hubo 40.000 muertos, entre ellos 5.000 niños. Los escolares trabajaban sin cesar auxiliando víctimas. El jefe de la Policía rindió un informe al Alto Mando que decía: “Lo terrible de la situación se manifiesta en los rugidos furiosos del huracán de fuego, el ruido infernal de las bombas al estallar y los gritos de muerte de las personas torturadas. El idioma no tiene palabras ante la magnitud de los horrores”.

Barrios residenciales enteros desaparecieron de la noche a la mañana; los hospitales se atestaban de heridos; los servicios de alumbrado y aguas se interrumpían y la ciudad quedó transitoriamente muerta. La carga de explosivos en esos ataques fue equivalente al poder destructivo de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Esto fue repitiéndose, en mayor o menor escala, con otras muchas ciudades alemanas. El “experimento” de Churchill y Roosevelt, para ver si mediante esas matanzas de civiles se desplomaba Alemania, se mantuvo en su apogeo durante todo 1943, pero la moral del pueblo resistió la terrible prueba.

Los aliados se percataron de ese movimiento en masa de la población civil y resolvieron atacar las ciudades atestadas de refugiados. Así las víctimas por bombas aumentarían considerablemente. Contra Berlín, congestionada de emigrantes, se lanzó una ola de ataques que culminó el 3 de febrero con la muerte de 25.000 civiles. Leipzig padeció algo semejante. En una llamada operación “Clarión” se lanzaron durante dos días nueve mil bombarderos y cazas contra aldeas y establecimientos agrícolas sin ninguna meta militar. El plan alcanzó su apogeo el 13 de febrero (1945), fecha en que ocurrió la más sangrienta de las acciones bélicas que jamás haya realizado una fuerza armada contra una masa de civiles.

A la ciudad de Dresden, situada a 110 kilómetros del frente soviético, habían llegado buscando refugio de 300.000 a 500.000 mujeres y niños. Dresden era ciudad abierta. Es decir, no era una fortaleza guarnecida de tropas, ni tenía fábricas de guerra, ni objetivos militares de ningún género. Los fugitivos atestaron casas, edificios públicos, jardines y hasta calles. El 13 de febrero 800 tetramotores arrojaron sobre esta ciudad atestada de civiles una lluvia de bombas explosivas e incendiarias. Al amanecer del día siguiente, 1.350 bombarderos pesados descargaron también un alud de fuego. Y horas más tarde, al oscurecer, otros 1.100 tetramotores maceraron la ciudad destruida.
En total se arrojaron sobre Dresden 10.000 bombas explosivas y 650.000 incendiarias. Los incendios ardían con tal fuerza que las llamas arrastraban a la gente que pasaba a cien metros de distancia. En los lagos cercanos murieron muchas madres con sus hijos, que se arrojaban al agua con las ropas ardiendo.

El escritor británico F. J. P. Veale dice: Para dar una impresión más dramática en medio del horror general, las fieras del Parque Zoológico, frenéticas por el ruido y por la luz de las explosiones, se escaparon. Se cuenta que estos animales y los grupos de refugiados fueron ametrallados cuando trataban de escapar a través del Parque Grande, por aviones de vuelo rasante, y que en dicho parque fueron encontrados luego muchos cuerpos acribillados a balazos. En el Mercado Viejo, una pira tras otra consumieron, cada una, cinco mil cuerpos o pedazos de cuerpos. La espantosa tarea se prolongó durante varias semanas. Los cálculos del número total de víctimas varían mucho de uno a otro. Algunos elevan la cifra hasta un cuarto de millón”.  Según el periódico suizo Flugwehr und Technik, en los tres rabiosos ataques lanzados en un período de 36 horas, hubo cien mil muertos. La población civil alemana que huía de los bolcheviques fue calcinada en Dresden.

Parcialmente pudieron computarse en Alemania los siguientes daños causados por el terrorismo aéreo:
Civiles muertos 593.000
El Verdadero Rostro De Los Que Mandan
Civiles gravemente heridos 620.000
Viviendas arrasadas 2.250.000
Viviendas dañadas gravemente 2.500.000

En el invierno de ese año, el ministro alemán del Trabajo, Dr. Ley, calculaba que veinte millones de alemanes habían perdido ya todos sus bienes y todos sus familiares.

 

La ocupación del Ejército Rojo en Alemania

Nunca un país ocupado ha sido tratado tan brutalmente como lo fue Alemania a partir de 1945 y durante, como mínimo, un año, por sus ocupantes. Todas las normas del Derecho Natural fueron conculcadas, con escarnio total de los ideales por los cuales los Aliados decían haber luchado. El ensañamiento contra la población civil adquirió caracteres patológicos, y no sólo en el Este, donde el Ejército Rojo se comportó en la paz -con la población civil- como se había comportado en la guerra.

La entrada de los rojos en Berlín, especialmente, fue apocalíptica. “Prácticamente todas las mujeres, desde los siete años hasta las más ancianas, fueron repetidamente violadas” (Jurgen Thorwald, “Y terminó en el Elba”). “Tras las violaciones, muchas de ellas eran degolladas o destripadas; muchas de aquellas desgraciadas eran finalmente ultrajadas a bayonetazos” (Saint Paulien, “Les Maudits”).

Se estima que el número de mujeres alemanas violadas (incluyendo -como ya ha sido advertido- a niñas, ancianas, monjas y discapacitadas) alcanzó los  2 millones. En decenas de miles de casos, se trató de violaciones seguidas de muerte, por asesinato.
De dicho total, 1.400.000 víctimas eran de las provincias orientales; 500.000, de la zona de ocupación rusa en Alemania; y las 100.000 restantes, de Berlín. Ciudad, esta última, en donde hubo mayor ensañamiento en los días posteriores a su conquista (hubo casos de 70 violaciones a la misma mujer). Estas aberraciones cometidas contra las mujeres alemanas fueron tan perversas, humillantes y brutales, que muchas de ellas intentaron matar a sus propias hijas para evitarles el mal trance. Asimismo, gran parte de las víctimas intentaron cortarse las venas.

La moda en el Bánato húngaro consistía en atar a los alemanes de pies y manos, extendidos sobre mesas, y abrirlos en canal con cuchillos tal como se hace con los cerdos. La violación y la muerte de las alemanas en Cernje empezó el 24 de octubre de 1944. Muchas escaparon a esta suerte suicidándose. Familias enteras se deban voluntariamente la muerte.

El sacristán Johann Joldscheck fue muerto de la manera  descripta pero antes se le hizo contemplar la violación de su mujer y sus dos hijas por varios gitanos y la decapitación de su hijo.

200.000 alemanes -toda la población alemana del Bánato- desapareció sin dejar rastro. En Yugoslavia a la población de origen étnico alemán, terminada la guerra perdió la nacionalidad yugoslava; les fueron expropiados todos los bienes muebles e inmuebles; no pudieron reclamar ningún derecho civil ni político: eran considerados “res nullius” (cosa de nadie). No eran amparados por ninguna ley: cualquiera podía hacer con ellos lo que le pluguiera, desde robarlos hasta matarlos; tenían menos derechos que un perro.

En 1948 los pocos alemanes que quedaron vivos en Yugoslavia (apenas 42.000) fueron enviados a Rusia como esclavos, caminando y en invierno, lo que hace suponer que muchos morirían en el camino (Maurice Bardèche, “Crimens de guerre des Allies).