La economía mundial se encuentra sumergida en la mayor depresión de la historia contemporánea. Apenas diez años después del Crack de 2008, cualquier esperanza de recuperación y progreso, se ha esfumado. En esta ocasión, ¿Se trata de una pandemia o de la imposición de una nueva hegemonía mundial operada por élites comunistas y meta-capitalistas que desean imponer un nuevo paradigma económico y cultural?
Tres décadas de acumulación de contradicciones y desequilibrios territoriales tras el colapso de la Unión Soviética parecen haber eclosionado dibujando un panorama sin precedentes. El Capitalismo se ha revelado un gigante con pies de barro, un sistema anárquico caracterizado por alternar fases de crecimiento explosivo con periodos de honda recesión. El trance sanitario ha sido el catalizador de un proceso de descomposición global latente en el seno de las economías de libre mercado. El factor precipitante de una debacle que ha situado a la oligarquía financiera mundial ante una encrucijada histórica. Desde el estallido de la crisis, Estados Unidos ha experimentado un incremento astronómico en su tasa de desempleo. En tan solo cuatro semanas más de 22 millones de trabajadores cesaron su actividad, la caída más vertiginosa desde que existen registros. La paralización de su tejido productivo industrial ya arroja consecuencias devastadoras para su producto interno bruto, con un descenso histórico de las exportaciones. A esto se añade el desgaste que durante dos lustros ha experimentado producto de la guerra comercial sostenida con China para evitar ser superado en la pugna por los mercados mundiales.
El Capitalismo se ha revelado un gigante con pies de barro, un sistema anárquico caracterizado por alternar fases de crecimiento explosivo con periodos de honda recesión.
En Europa la situación no es más halagüeña. Fraccionada tras el Brexit, con tendencia a la centrifugación y una profunda división entre países del norte y sur, la burguesía del Viejo Continente hace tiempo que ha sido relegada a asumir un papel subalterno. Todos los análisis sitúan a la eurozona ante escenario dantesco, acentuando un marco de inestabilidad que ya ha reproducido sobradas muestras de polarización social a través de distintas protestas; algunas como la de los chalecos amarillos en Francia o las masivas movilizaciones secesionistas en Catalunya, adquirieron tintes de levantamiento popular, especialmente estas últimas, que en octubre de 2019 fueron calificadas por algunos medios como los días más tensos de la democracia. A esto debemos sumar la debilidad parlamentaria de países como Grecia o Italia, donde las mociones de censura, renuncias, dimisiones y vuelcos electorales han sido la tónica habitual de su política interior durante los últimos años; un síntoma inequívoco de polarización social expresada a través de la degeneración del parlamentarismo. Por su parte, durante la última década, el flanco surocidental de las economías mundiales se ha revelado el paradigma de la revolución y la contrarrevolución. Intentos de golpe de Estado, como el acaecido en Bolivia, actuaciones judiciales para deponer presidentes electos en Brasil, dualidad de poder institucional en Venezuela, movimientos sociales sostenidos como los protagonizados por las masas en Ecuador y Chile, o ascensos de gobiernos neoliberales sucedidos por abruptos giros electorales a la izquierda (México, Argentina), han generado un escenario de inestabilidad desde Río Bravo hasta Tierra de Fuego.
Bajo la coyuntura descrita, que la dictadura comunista China y su adlátere Rusia capitaneen una nueva hegemonía mundial, arrastrando a las regiones de Oriente y al eje África-Latinoamérica, es ya una realidad inocultable. Durante la última década el gigante asiático se ha consolidado como soporte fundamental de la economía global, generando un superávit destinado a la inversión en el mercado de las materias primas, lo cual ha apuntalado su tendencia expansionista, provocando en las economías periféricas una mayor dependencia de sus exportaciones; superando a EEUU y Alemania como principal potencia exportadora; una fulgurante expansión que ha revelado la efectividad de su apuesta por un capitalismo de Estado fundamentado en un modelo interno de desarrollo planificado y explotación a las capas trabajadoras chinas. Todo esto, ante el silencio cómplice de unas élites financieras internacionales que observaban cómo la inercia de esta crisis obligaba a las direcciones políticas de los estados a adoptar medidas con un marcado carácter comunista (restricción de derechos y libertades, toques de queda, control de operaciones comerciales, intervención de la sanidad privada, implementación de rentas sociales, moratoria de hipotecas…), evidenciando que las condiciones objetivas para la instauración de un sistema comunista mundial, están maduras.
Bajo la coyuntura descrita, que la dictadura comunista China y su adlátere Rusia capitaneen una nueva hegemonía mundial, arrastrando a las regiones de Oriente y al eje África-Latinoamérica, es ya una realidad inocultable.
Ante la actual crisis económica, estructural coyuntural y geopolítica, la reactivación de los movimientos sociales es inevitable. La vacunación forzosa, la segregación de los no vacunados, la pobreza, la escasez, la falta de expectativas y la desesperación, afloran con rapidez entre la ciudadanía. Las “certezas mediáticas” de esta falsa pandemia se tornan cada día más quebradizas, revelando un drama social evidente y franco que genera transformaciones cualitativas en la conciencia de las masas, empujándolas al activismo y la movilización. Los sectores disidentes internacionales se enfrentan a un desafío que condicionará el futuro político de las naciones de manera irremisible. Si persisten en la errática estrategia de evitar la movilización en las calles contra la dictadura sanitaria, pronto perderán el apoyo de las masas.
Es una constante histórica que las dictaduras son el último recurso de las clases dominantes para preservar su rol social en circunstancias de excepcionalidad. Ahora abrazan discursos demagógicos basados en la “responsabilidad colectiva” como arenga para adormecer a los sectores más tibios y desinformados de la sociedad, agarrándose a ese “sector pasivo” del mismo modo que el jinete se agarra a la crin del caballo para alzarse a horcajadas y clavarle la espuela en el lomo. Una vez que comiencen a aplicar los lineamientos de la agenda globalista, las élites económicas del nuevo paradigma les surtirán de todos los medios para impulsar una espiral represiva contra todo atisbo de disconformidad social organizada, azuzando a las capas menos avanzadas en conciencia contra la ciudadanía despierta y movilizada, tratando de desactivarla mediante la coacción.
Es una constante histórica que las dictaduras son el último recurso de las clases dominantes para preservar su rol social en circunstancias de excepcionalidad.
Debemos despojar de autoridad moral al Gobierno a través de la movilización y la desobediencia civil. Ahora bien, desterremos definitivamente la rígida creencia determinista que preconiza un cambio de sistema espontáneo de las cenizas del régimen anterior. Este planteamiento es anti-histórico y contrario a la lógica de los procesos sociales. Construir un modelo político fundamentado en la propiedad personal y las libertades, no es una contingencia subjetiva que dependa de la bondad u honestidad de los gobernantes, sino el subproducto de la correlación de fuerzas entre sectores sociales con intereses antagónicos, de ahí la necesidad de mostrar músculo en las calles mediante una protesta masiva. Superar un marco histórico concreto es una tarea consciente llevada a cabo por las masas cuando deciden intervenir activamente en la vida política a través de manifestaciones, asambleas, debates y elaborando perspectivas; creando el germen de un contrapoder proyectado a convertirse en hegemónico. Estas tareas no están exentas de errores, presiones, fracasos, avances y retrocesos. Renunciemos a visiones proféticas y utópicas. La corrupción, los personalismos, el abuso de poder o la especulación son nociones consustanciales al ser humano de cualquier sociedad y cualquier tiempo. De ahí la necesidad de ofrecer al sector emergente una propuesta programática que recoja una serie de demandas concretas y canalice las expectativas del común, supeditando las cuestiones organizativas a los requerimientos de una movilización creciente. Servir a la lucha contra la dictadura sanitaria requiere, en estos momentos, construir una entidad teórico-instrumental que faculte, como agente subjetivo, las transformaciones revolucionarias que necesitan las sociedades para proyectarse hacia un nuevo modelo de desarrollo. Sentar las bases orgánicas que permitan la transformación estructural del modelo social, es tan importante como entender la dinámica dialéctica de los procesos sociales. Apostamos por un gran liderazgo colectivo amparados en la certeza de un pronto despertar multitudinario contra la dictadura sanitaria. En esta toma de conciencia colectiva, convertir la inquietud generalizada en firme movilización ciudadana, es una labor prioritaria. La difusión masiva, los debates presenciales y la elaboración de propuestas de acción concretas no pueden diluirse en un diletantismo teórico encorsetado y paralizante. Si algo nos indica la polarización social palpable, es que existen condiciones objetivas para dar el siguiente paso: salir a las calles contra las medidas represivas del Gobierno y en la defensa de nuestras libertades individuales. Es una obligación histórica contribuir a este nuevo despertar social y moral que allane el camino hacia un mundo más justo y libre.
J.S & I.B